
Con Tulio Hernandez trabajé siendo estudiante de grado en Antropología de la Universidad Central de Venezuela. Para aquel entonces, era una suerte de asistente de investigación que lo ayudaba a darle una pizca de orden y sacar proyectos adelante, frente a un alud de compromisos, ideas, proyectos, libros y eventos que siempre tenía.
Por supuesto, que de todo lo que me motivó a trabajar con él, fue su visión sobre Caracas y su manera articulada de entender que la ciudad debía ser transformada a partir de políticas culturales y urbanas, lo cual era un atractivo para mí, interesado en la antropología urbana.
Pero ha pesar de que ambos mantengamos nuestros intereses por Caracas, los contextos de nuestros trabajos han cambiado, por lo tanto, las motivaciones que nos llevan a elegir un tema sobre otro, son distintos. La migración te atraviesa y pretender reflexionar sobre otro tema, resulta complicado.
Por todo esto, valoro y aprecio mucho su gesto de entrevistarme. En este encuentro conversamos en clave personal y académica lo que supone para mí la migración, y reflexiono sobre cómo el concepto de la «migración inmóvil» me afecta directamente.
Dejo a continuación, la entrevista completa:
Por Tulio Hernández
Manuel D’Hers Del Pozo es un joven antropólogo venezolano que ha vivido junto a su familia la experiencia de emigrar. Luego de terminar su pregrado en la Universidad Central de Venezuela, ha seguido un máster en Cataluña, España, tomando el tema de la migración. Pero en vez de estudiar a quienes nos hemos tenido que ir, D’Hers ha decidido hacerlo con quienes han optado por quedarse. Su tesis, por demás atractiva, sostiene que quienes se quedan son también inmigrantes porque tienen que adaptarse a un país que ya no es el mismo que conocieron. Se hallan igualmente marcados por la extrañeza, podríamos decir, de ser extranjeros en su propio país. Son “inmigrantes inmóviles”. De eso vamos a hablar.
Tulio Hernández: ¿Cómo llegas al estudio de las migraciones?
Manuel D’Hers: Gracias a la profesora Teresa Ontiveros en la Escuela de Antropología de la UCV descubrí la Antropología Urbana, y a partir de allí me incliné al estudio de las Políticas Urbanas y a mirar a Caracas desde el activismo ciudadano, con un proyecto que tenía con mi pareja Jackeline de salir a caminar la ciudad para fotografiarla. Sin embargo, no pudimos darle continuidad por nuestra migración hacia España donde, primero, me dediqué a trabajar de teleoperador hasta que obtuve una beca en la Universitat Rovira i Virgili, en Tarragona, para hacer un máster, donde pude retomar mi trayectoria académica. Exitosamente, porque posteriormente gané la beca para realizar el doctorado.
TH: Entonces pasaste del tema de los imaginarios del cerro Ávila, que fue tu tesis de grado, al tema de la migración.
MD: Hice mi tesis de grado a finales de 2015 y me dediqué a estudiar la relación de los caraqueños con el Ávila. Ahora, luego de migrar, el rumbo cambia porque el máster tuvo una fuerte tendencia a ahondar sobre temas migratorios que empezaron a despertarme ciertas curiosidades y emociones que en aquel momento estaba experimentando en primera persona. Además, percibí que existía un gran desconocimiento en Cataluña sobre el fenómeno venezolano, lo cual me hizo comprometerme a visibilizar lo que estaba ocurriendo.
TH: La mayoría de quienes se ocupan del fenómeno migratorio venezolano lo hacen pensando en quienes se fueron, ¿por qué tú, en cambio, te dedicas a estudiar a quienes se quedaron?
MD: Para mi familia y para mí fue muy duro vivir la situación del país desde el 2014 hasta que nos fuimos. Y durante ese tiempo leíamos noticias con cifras de la diáspora que iba en aumento, describiendo sus rutas migratorias, y el drama que esto suponía, pero no lograba encontrar a alguien que me ayudara a entender de una manera articulada lo que yo mismo estaba experimentando en Venezuela.
Recuerdo que cuando hablaba con algún ser querido en el exterior y me compartía sus pesares por encontrarse en un sitio donde no se hallaba a sí mismo, mi única respuesta posible era hacerle entender que yo tampoco comprendía quién era ni dónde estaba y que, a pesar de no haber emigrado a otro país, ambos extrañábamos una realidad que ya no existía. Una vez que hice el máster, mi tutora me motivó a investigar sobre los procesos migratorios. De ese trabajo surge el concepto de “migración inmóvil”.
TH: ¿Cómo defines la migración inmóvil?
MD: La “migración inmóvil” es una aproximación a las experiencias vitales de aquellas personas que permanecen en Venezuela en un contexto que se encuentra atravesado por dos aspectos: la diáspora y los tiempos de crisis.
Son siete millones de migrantes y refugiados los que han cruzado fronteras hacia otros destinos. Es decir, que más del 20% de la población total del país no se encuentra en el territorio. Ahora, estas cifras y números encarnan a personas que son madres, padres, hermanos, amigas y conocidos que al marcharse dejan una dramática ausencia en las personas que deciden quedarse en Venezuela, generando unos procesos de duelo que pueden ser muy significativos.
Entendí que, así como son colectivos los motivos que dan origen a lo que constituye la diáspora, son también colectivas las causas del despojo de los entornos afectivos de quienes se quedan. Es por esta razón que hablamos de la “migración inmóvil” como resultado narrativo de una experiencia también colectiva.
Es necesario tomar en cuenta que todos y cada uno de los elementos que obligan y motivan a la migración móvil a desplazarse, son también factores que viven y enfrentan quienes permanecen en el lugar de origen. Es decir, quien convive con la crisis debe enfrentar una serie de retos y de contingencias diarias que se superponen, creando una cotidianidad marcada por los esfuerzos en superarlos.
Entonces, la articulación de ambos factores: la diáspora y las contingencias amenazadoras, dan cuenta de unos cambios acelerados en las capacidades que tienen los sujetos “inmóviles” para comprenderlos, asimilarlos, adaptarse y sobreponerse a ellos, dando lugar a un panorama que impacta y transforma sus cotidianidades, sus relaciones sociales y sus relaciones con el entorno físico. Todo eso sumado, lleva a los migrantes inmóviles a hablar de sus condiciones de vida desde la “extrañeza” tanto en tiempo como en espacio. Y esta situación reivindica la necesidad de una categoría específica que destaque la profundidad de los cambios y las transformaciones que referencian unos procesos de desterritorialización, acompañado de la condición física y geográfica de permanecer dentro de un contexto de diáspora. Por eso hablo de “migración inmóvil”.
TH: Entiendo que toda tu familia nuclear ha ido migrando de Venezuela. Pero también que eres descendiente de migrantes. ¿Cómo vive Manuel, la persona —no el estudioso, el investigador, sino el individuo, el ciudadano y su pareja— la condición de inmigrante?
MD: La migración la vivo muy emotivamente. Mis abuelos, a finales de la década de 1950, emigraron de Córdoba, Andalucía, a Caracas, donde hicieron sus vidas. Y yo luego, en el año 2017, retorno a la tierra que los vio nacer. Eso me ha hecho tenerlos muy presente porque haber llegado a Córdoba me confronta con una historia familiar que nunca problematicé, ya que sentía mi herencia española como una identidad bastante lejana, lo cual supuso un encuentro inesperado pero bonito.
TH: Suponiendo que Venezuela regresa a la democracia y comienza lo que podríamos llamar una era de bienestar, y has terminado tus estudios superiores, ¿crees que regresarías al país o qué harías?
MD: Creo que será imposible responder a esta pregunta sin contradecirme continuamente. La posibilidad de volver es algo que siempre barajeo en mis momentos de fantasías, y que eso ocurra dependerá de muchas variables. Me genera muchas contradicciones. La mayor contrariedad con la que me enfrento es ¿qué supondría para mí retornar al terruño? Viví un país, sobreviví a otro, y emigré de uno que ya dejó de ser. Me carcome la incertidumbre de no hallarme en lo que ahora es Venezuela. Mi perra Chapi murió, mi familia extendida por parte de mamá y de papá, se fue casi toda. El hogar donde crecí es ahora la casa de una hermosa familia que mi primo ha construido, el único primo que se ha quedado. Y mis amigas están regadas por el mundo. Por lo tanto, los afectos que me ataban han adquirido otras espacialidades que me llevan a pensar que mi conexión con el país no necesariamente tiene que ser física.
Publicada originalmente, el 6 de noviembre de 2022 en el portal de ÁvilaMonserrate.